Peritaje Judicial en Prevención de Riesgos Laborales (PRL)

Noelia Garcia Guirao (Murcia)

Perito Judicial en Prevención de Riesgos Laborales (PRL): Seguridad, Higiene Industrial, Ergonomía y Psicosociología Aplicada.

Miembro con Carnet Profesional nº E-1476-25 de la A.P.P.J. (Asociación Empresarial de Peritos Judiciales)

Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales (PRL)

Peritajes, Consultoría y Formación

Contacto: perito.prl.murcia@gmail.com




El Perito Judicial en Prevención de Riesgos Laborales (PRL) es una figura, dentro del marco de la Pericia Judicial, al servicio de la Administración de Justicia. Según se recoge en el artículo 335.1 de la Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil, el Perito es un experto en un determinado campo que, ante cuestiones planteadas por el juez o algunas de las partes, emite un dictamen en el que contesta a dichas cuestiones o emite su opinión profesional.



El cometido del perito es ayudar al juez a interpretar ciertos hechos o pruebas que requerirían conocimientos especializados para dicha interpretación y de los cuáles, el perito dispone. Su misión no es juzgar, ni establecer quién es o no culpable de algo. El perito, en su dictamen, solamente debe responder, de manera razonada, estructurada y comprensible, y con el aval de su preparación y experiencia profesional, a aquellas cuestiones que se planteen, de manera que ayuden al juez a dictar un veredicto, ya que éste carece del nivel de conocimientos y experiencia en determinadas y específicas materias, como es el caso de la Prevención de Riesgos Laborales.

lunes, 10 de octubre de 2011

Ocho años sin abrazos

Fuente: lasprovincias.es
Fecha: 09/10/2011

Un simple perfume la tumba. Pero el Estado no reconoce su enfermedad: Sensibilidad Química Múltiple. Ya ni 'El Pocero' la ayuda. Y Elvira se consume aislada en su burbuja

Elvira habla entre susurros. Cansada. Toma aire cada media docena de palabras. Mientras, no para de mirar asustada hacia los lados. Sus ojos no cesan de moverse de aquí a allá, oteando a izquierda y derecha, como si de un rincón de su casa, de la negrura del patio de su vivienda, fuera a surgir un monstruo sin rostro, un gigante sanguinario con la misión de acabar con ella. Los fantasmas no existen. Es la sencilla forma de consolar a un niño. Pero en el mundo de Elvira Roda, la 'chica burbuja', los fantasmas sí existen.
Y son letales. No tienen rostro, agotan su sangre y devoran su salud. Un dulzón perfume, una delicada loción de crema infantil, el aroma de un chicle de menta, unos simples polvos de talco, las invisibles ondas Wifi, el alma electromagnética de un móvil o un ordenador... Monstruos para Elvira. Ella no se separa de sus gafas de sol ni en la penumbra de su casa. La Sensibilidad Química Múltiple (SQM) ha dejado sus córneas al borde del colapso. Ni siquiera se quita la gorra. Ni una gruesa chaqueta, y eso que el calor aún aprieta en Valencia. Teme al aire que respira. Lleva ocho de sus 36 años de vida encerrada, enterrada frente a la playa de la Patacona. Una casa con vistas al mar. Para ella, una tumba oscura, fría, muda...
«Yo era una chica normal, sonriente, deportista. Me encantaba leer, navegar en internet. Una chica normal. Y esto te puede pasar a ti. Le puede pasar a cualquiera». Elvira repite una docena de veces lo de «le puede pasar a cualquiera». Pero le tocó a ella. Una dolorosa lotería que se prolonga ya ocho años. Ocho años con la SQM a cuestas, con el sufrimiento de saber que tú cuerpo enloquece ante cualquier tipo de agente químico sintético. Que el más mínimo aroma desencadena en ti espasmos pulmonares, arritmias, problemas gastrointestinales, alteraciones del sistema nervioso, desmayos...
¿Cómo estalló todo? Nadie lo sabe. Igual que nadie sabe en España qué es exactamente la Sensibilidad Química Múltiple. No es una enfermedad como tal en nuestro país. No está reconocida. Y lo que no existe, no se puede tratar. Los expertos creen que el SQM surge cuando un cuerpo se intoxica de agentes químicos artificiales. Como un vaso que rebosa y ya no aguanta más. El cuerpo de Elvira está desbordado. Apenas hacía cuatro años que se había licenciado como ingeniera de Diseño Industrial en el Ceu San Pablo de Valencia cuando su rumbo empezó a torcerse. Elvira era una veinteañera que anhelaba comerse la vida. Soñaba con viajar a Milán o a cualquier rincón del planeta para afianzar su carrera, para ver mundo. Antes trabajó en una fábrica de pinturas. Luego, una beca en el Instituto Tecnológico de la Cerámica de Castellón...
Y todo se fue al garete. «Un día llegó diciendo que el cuerpo le quemaba. Quería quedarse dos meses en casa sin salir. ¡Ella que no paraba!», recuerda Elvira Llorca, su madre, una luchadora. Comenzó el peregrinaje de médico en médico, los reproches familiares al creer que 'la niña' tenía problemas psiquiátricos... Un simple perfume la tumbó un día en el ascensor de su casa de Valencia. El SQM ya la había hecho suya.
Dos casas vacías
Hoy, su hogar está vacío. En su casa no hay muebles. El letal barniz... Ni siquiera armarios. Guarda sus cosas en bolsas de plástico. Tampoco cama. Ni el látex del colchón aguanta el menguado cuerpo de Elvira. Apenas pesa ya 40 kilos. Duerme en mantas sobre el somier. Plásticos y papel de aluminio sellan puertas y ventanas. Y dentro del búnker, otro búnker. Un oscuro cuarto es su habitación del pánico, el único refugio ante las crisis. Con cuatro paredes desnudas. Con dos purificadores de aire. Sin más. Allí se encerró Elvira la semana pasada. Casi siete días y siete noches tumbada. Sin comer. Sin beber. Apenas sin poder dormir. Arrasada por el humo lanzado por un camión hormigonera que trabajaba en unas obras de reforma en la casa de al lado.
«Esto es un sinvivir. Es inhumano. Nadie puede estar aquí conmigo. Ni mi madre puede estar un minuto». Elvira solloza. Lanza su mensaje a una cámara con la que graba un testimonio a oscuras. Una carta en una botella que lanza al mundo exterior. Aquí fuera, donde respiramos y vivimos. «Vivo en soledad. En silencio. Casi sin luz. Sin ver a mi familia, a mis amigos, a la gente que quiero...». Y suspira.
A unos diez minutos en coche, otra casa también está 'vacía'. La de Elvira y Carmelo, sus padres. El hogar es casi un altar por su niña 'perdida'. Un frasco con las conchas que recogen por la playa cuando pasean a unos metros por detrás de Elvira; velas a Juan Pablo II, la Virgen de Fátima y San Vicente; fotos de su niña sonriente y con el traje de Primera Comunión; un comedor convertido en campo de batalla atestado de papeles, con reclamaciones a la Administración y documentos sobre remedios milagro que nunca llegan; el calor del último beso en la mejilla de un padre septuagenario... «Apenas me puede dar uno al mes. Hasta a unos metros sabe si me he afeitado o si llevo el móvil encendido. Ella era una veinteañera, con fecha de boda, llena de vitalidad... Un día llegó 'ciega' a casa. Le quemaban los ojos. Y de ahí al desastre. Solo pido volver a verla bien en lo que me queda de vida». Y Carmelo rompe a llorar.
A Elvira, la madre, ya no le quedan ni lágrimas. La rabia se las seca. Rabia porque el Estado no reconozca la enfermedad. Rabia por no recibir ayuda pública para los cuidados de Elvira. Y algunos meses han llegado a 3.000 euros... Rabia porque el Ayuntamiento de Alboraya, al que pertenece la playa en la que vive la 'chica burbuja', anuncie un nuevo bombardeo para su salud. Una fumigación cada 15 días. Empezará este jueves, justo el día después de su cumpleaños. Un regalo letal en forma de 'Pistol', un herbicida «peligroso para el medio ambiente», según la ficha técnica. Napalm para Elvira, la puntilla para una anemia galopante que sufre estos días. Y hablar de una trasfusión es como jugar con fuego...
A Elvira se le esfumó hasta su 'príncipe azul'. Rafael Hernando, 'El Pocero', costeó el traslado de Elvira durante ocho meses al Centro de Salud Ambiental de Dallas, el mayor fortín contra el SQM del mundo. Prometió una pensión vitalicia de 200.000 euros para la 'chica burbuja'. Pagó unos meses. Pero la crisis se llevó sus palabras... Mientras, la luchadora madre sigue odiando los días. Anhela la noche, cuando puede seguir a unos metros a su hija por la solitaria y aireada playa, amarla en la distancia. Luego, Elvira regresa despacio a su burbuja. Se encierra. Sobrevive recordando su pasado. Imaginando a los suyos. Y anhelando lo que más desea: «¿Sabes qué es lo que más echo de menos? Los abrazos. Me muero por uno».


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